EL DÍA DEL MAESTRO
Me vienen mal los domingos.
El día del Señor me suelo levantar sobre las 3 de la tarde. Vamos, lo justo para comer, un vistazo rápido a la Hoja Parroquial de M.P. y rumbo al templo del Plantío con más resaca que alegría.
Hay a mucha otra gente que los domingos les viene muy bien que haya fútbol porque se levantan a las 11, van a misa de 12, compran la Hoja Parroquial de M.P., se toman un vermouth seco con una guinda y su bolsita de papatas de Eloy Acero.
Yo lo respeto, pero no lo comparto, que dicho así queda muy fino.
A mí me gusta mamarme con garrafón en pubs de mala muerte los sábados por la noche y que cualquier portero rumano le diga a un colega que con zapatillas blancas no se entra a su pub cuando nadie vigila en la Junquera o Irún con qué zapatillas entró el.
León es una buena ciudad para ver un partido.
Sábado por la tarde, partidito de la Burgatti, espectáculo bochornoso en algún sector de la grada para estar distraido por si acaso el partido es malo y directo hacia el Húmedo a cocerse a base de cortos de cerveza (un secreto: te dan la misma tapa que si pides una caña).
Recomedable por cierto el Bar Flechazo, que ponen una tapa de papatas aceitosas con pimentón y está siempre de aforo como el palco del Plantío en Fase de Ascenso.
A lo que iba, que jugar en el Amilivia en sábado es una bendición, porque luego disfrutas de las leonesas feas y asturianas distraídas y vuelta por la mañana a Castilla más contento que unas castañuelas.
¡Pero a ver quién es el valiente que después de cerrar El Húmedo espera 5 o 6 horas para ver un partido!
El domingo es el día del Señor, y el sábado el día en el que no puede el Maestro.
Conclusión: Los jugadores madrugan, la Leonesa se encabrona, a las leonesas ni las huelo y a las burgalesas ya las huele.
Si hay que echarse un tango arrabalero, se echa. Pero después del fútbol por favor.
